...Las luces, parecidas a titilantes destellos de inteligencia, traspasaban los subatómicos espacios de las hojas que caían o -¡Qué curioso!- estaban suspendidas en casi invisibles hilos metálicos, en la oscuridad, casi parecían adquirir vida propia al ser tocados por la luz, luces, o lo que se antoje de pensar...
Fondo claro, casi antiguo, y es en ese instante, casi sin evitar caer, la desfigurada biografía hecha bosquejo, de un hombre, sin sombras, sólo trazos miviéndose como zombies, un dibujo seducido por su ceguera. No le dibujásteis los ojos, ni sus dedos, pero manos sí tiene,; camina, se detiene, danza solitario...
Pero, ¡Qué veo! Un bosquejo elaborado, de la mitad del tamaño del deterioro humano, casi una infante, se acerca dando saltitos juguetones; de un salto, abrazo y elevación, casi a través del segundo en que se descubren; él es su peluche, el favorito, lo abraza, lo oprime, lo deforma por un instante, bailan juntos, sin música, sin interrupciones, olvidándose de lo que les rodea, incluso del aire que deben respirar...
Su padre.
Su padre. La niña lo pierde en la boca del fuego; "pero no duele", le dijo su peluche; "sólo es que me siento de cartón"...
"Pero si eres un dibujo mal hecho, papi"
"¡Exacto!"
Exacto, lo más fiel a su figura. Padre, dibujado tras la muerte, dibujado como un deseo. Padre, más allá del desorden de lo que la bella pequeña puede ver en él... muerte es lo que no se nombra; juegan otra vez, pues, bajada al suelo, la niña le toma su mano, lo lleva por el espacio de color claro, que cambia de color, casi al verde pasto en la mitad inferior, se vuelven a abrazar...
Y ¡Por un instante hubo paz absoluta para él!
Pero...¡Oh! ¿Quién se acerca?¡Una estatua de fuego!
¡Fuego!¡Fuego! Estatua bien elaborada, dibujo igual al ojo izquierdo de la infante...
Luces intermitentes, en fondo oscuro; gritos aferrados a una idea de espacio, tres dimensiones, cada cual a lo suyo, imposible, imponente un haz quiere abrir la cabeza del Padre, que cambia su trazo a un color claro y contrastante; camina, a trancos, persequido por la Madre Fuego, que todo lo consume; calcinado su cuerpo, el Padre huye, se borra; a la niña le queda su Madre, y la odia, porque estorba en el espacio, porque no puede jugar a lo mismo con ella; porque es su mayor peligro, y la única persona que la alejaba del peligro era él, su Padre, ojos ante Dios, que porque se fue ya no existes, Dios, qué hago sin mí, sin mi Padre, a quién le pido un camino, mejor me quedo a cavar mi sitio de tumba, desesperada busco qué decir, cómo me escondo de ella, del aml que me hace. Cómo me dibujé antes del caos, antes de ser lo que ahora soy, sin mentirme más...
Ahora, la Mujer Fuego crecía, como una llamita en un bosque, en pleno día asoleado y bochornoso. Se quema el papel, se disuelve el pasto. Se disuelve el pasto. Se disuelve el pasto.
Hora Diez.
Padre, duérmete en lo que eres por hoy: mi bosquejo. No creo en Dios, por ti. No creo en mí, por ti. No soy nadie, por tí. Ni respiro bien, tú tampoco lo hacías, ni pudiste hacerlo bien, pues el Fuego de mi Madre, que ahora recorre el papel en que es dibujado, lo destruyó todo. ¡Todo!
Una puerta. Abierta. Un escritorio. Y ¿Qué más?.
Cenizas.
Un lápiz negro.
Lápices de colores, tinta.
Y la Familia.
Y, Padre, tú, que eres cuasimortal, te derrites antes de despedirte.
¡Padre!¡Padre!¡Padre!¡Padre!¡Padre!
¡DONDE FUISTE A CORRER!
En Casa, 2006