domingo, 20 de marzo de 2011

A Harold MnWithney

Harold, duro y despiadado Harold:

   No es mi estilo ni mi deseo increparle cada vez que se me ocurre que usted ha soltado otra venenosa afrenta a mis pensamientos. No creo que se preocupe de pensar realmente cuando se refiere a mi persona...

   Hace ya más de treinta años que mis padres han conseguido formar un conflicto de intereses que me hicieron pensar que mi familia siempre tenía buenas razones, excelentes intenciones, y la suya sólo obraba en pos del dinero fácil. Puede que me haya equivocado, y las cosas no sean tan extremas como parecen.

    Sí. Esperaré con ansias y angustias que mis hermanos mayores regresen de la guerra, y no crea que les lloraré todos los días que el señor me quite sus presencias, soy lo bastante humana para saber aprovechar este tiempo, y canalizar el horror de esta, le peor invención del hombre. Dicho sea de paso, como supuestamente nosotras nunca inventaremos nada, les echo la culpa con toda gana.

    A diferencia suya, seré más breve, que tengo muchas cosas que hacer. Me perdonará mi grosera actitud, pero si no rompí su carta fue por la nimia esperanza de que en alguna línea usted me enviara que fuese una sola muestra de conciliación. Pero ha sido en vano.

    En fin, su total falta de delicadeza, su recalcitrante obstinación en considerarme inferior a usted me hace pensar en lo único bueno que rescato de mi difunto padre: el respeto a la vida. Sí, nosotras no nos embarazamos por obra y gracia de Dios, quiero recordarle, y mi madre, al verse en bancarrota tras el sepelio, ha trabajado con el sudor de su frente y el cansancio y desvelo de los negocios. Sí, quizá cuántos años más seguiré aguantando la presión de mis vestidos, y créame, usted no pagaría porque usase pantalones, le ofendería y yo iría a la cárcel. Pero tal como hemos podido ingresar a los institutos, podremos dejar de lado esas prohibiciones injustificadas y esclavizantes (y ruego que recuerde que son invenciones masculinas)... Rezo continuamente para que usted mismo regrese y dé un beso en la frente de la Señora MnWithney, nadie merece perder a un ser querido, y menos aún no poder defenderlo de las garras de a muerte.

    Entonces, mis más cordiales saludos, mi perdón y un abrazo a la distancia hacia usted. Cuando volvamos a encontrarnos (no dudo, Dios me concederá ese deseo), podremos hablar de mi obstinación, y de su porfía. Ahora, y en vista de los escasos recursos, no puedo defenderme con los argumentos suficientes si usted está lejos, y no le puedo mirar a los ojos.


     Que Dios le conceda vida,

      atentamente,

                                                               Louise Cowntworth.-

Escocia, 1914   

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jueves, 17 de marzo de 2011

a mi querida Louise

Estimada Louise:

       Le remito esta misiva, con la intención de aclarar estas, nuestras disputas de eones, que hemos heredado cual linaje, de nuestras desafortunadas familias. No obstante aclaro, que no quisiera impotunarle a usted con opiniones vagas, ni desvaríos que inciten una vez más la ira de sus sienes.

      Mi madre, sabiamente, solía decirme que tuviese cuidado con mis emociones, cuando se tratase de cuestiones mundanas (como ésta), porque el corazón no es consejero eficaz en los asuntos del intelecto, salvo para los talentosos en estos menesteres. Aún así, con su padre nunca han podido dejar los roces, que en todo este problema han alargado la llegada de una solución, y que ahora tiene un profundo inconveniente, que debo arreglar en consenso con usted.

       Para empezar, la paz mundial no es sinónimo de stasis corporal, ni sonrisas eternas, ni de libertades ilimitadas (de hecho, la libertad sí tiene límites, pues si usted en su libertad roza la mía, me preocuparé de hacerlo notar). Por libertad se han hecho prisioneros muchos por otros, se han dictado normas, se ha dado consesiones. Qué va. En mi propio hogar, si quiero, mando al demonio - me perdonará usted si hago uso de mi mala conducta - todos los dictados. Al negro de afuera me lo dejan amarrado. No rompa aquí la carta, le suplico.

       En segundas, el amor no es un chiste judío. Yo tampoco soy judío, y me dan lo mismo esos. Y tanto más da. Todos nos tenemos que volver prosemitistas, no sea que debamos comparecer en tribunales por racismo. Y ¿Quién impidió despotricar contra los de los países moros?¿O no tengo suficiente formación de mi criterio?. Tal vez su padre me explique por qué en su ventana a la calle dice "somos católicos, Dios le bendiga, pero no deseamos analizar otros credos"... pero antes de eso, me dará el típico puntapié que he recibido desde que su padre es padre y mi madre es madre. Tome aire, y siga leyendo.

      Tercero, el conocimiento SI está reservado a unos pocos. Y sé que también a unas pocas (y qué lo diga). Yo no sé la razón por la que envían a todo chiquillo a la escuela, si la variedad de seres humanos de todas maneras incluye incultos, descerebrados, idiotas, cabezas huecas, amnésicos y torpes. Y usted me dice que ha deseado ingresar a la universidad. Lo que faltaba. Y mañana nos hará falta que el perro aprenda a zurcir y cocinar. Y que el gato lave la ropa. O cigüeñas reales de París. Con que usted sepa de jardinería, me bastaría para considerarla humana. Y eso... querida... ni con todos los rezos de la tierra va a cambiar. Se ve usted mucho mejor en faldas.

       Cuarto, el aquí y ahora. ¿De qué me va a mí?. Vivo, recuerdo cuando quería estar en la playa, y a la vez deseaba que mi padre me enseñase a dibujar. Pero no todo es posible, y sólo el Señor está en todas partes.

       Sé que desea que yo me caiga en algún pozo profundo, pero ni de chiste le puedo dar ese placer. Pero déjeme decirle unas últimas cosas... nada más.

        Usted ha ido a esa casa de estudios, a prepararse para el mundo que se viene... sí, lo sé, lo han atacado al archiduque nosécuantos. Iré a la guerra, tal como lo desea mi madre, junto a los suyos dos hermanos. Ustéd sólo llorará, lo he pensado, y concuerdo con mi padre en que su fragilidad es la peor de todas las excusas para no aportar en nada cuando se vienen los tiempos precarios. Ustedes siguen necesitando comida y ropas (que son más caras que las nuestras). Ustedes siguen preñándose sin mediar esfuerzos. Ustedes siguen siendo etéreas y bellas, y eso sigue siendo lo único importante de ustedes. Bah. Pero usted insiste en adjudicarse más funciones de las que puede. Quiere saber de artes, de política, de mundo silvestre. Hasta quiere indagar en la naturaleza de la vida misma. ¡Con qué ganas iría en compañía!

         Somos distintos. Ambos sabemos. Usted lucha en su mente, y en sus ballenas por demostrármelo. Yo no la tomo en cuenta demasiado. No me complicaré en lidiar con usted como lidiaban y siguen en ello nuestros progenitores. Que no me vean haciendo el ridículo con una dama.

         Quedémonos cada uno con los ideales. Ya que yo no podré seguir defendiéndome muerto (no creo que vuelva con vida de esa lid), y usted estará ocupada rezandole a Dios por las almas de Edmont y Carlisle. Me cansé de todo esto. Usted tal vez también.

         Mi saludo a toda su familia, y por supuesto, a usted.

         Su humilde enemigo,

         Harold.-

Edimburg, 1914


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