Cambié de lado la cama de la paciente, por si aún recogíamos de ese procedimiento el poco y nada de material que necesitábamos para denunciar. Se lo llevaron todo. Incluso, la familia misma me prohibió acercarme a ella después de años de confianza e intimidad... era más, muchísimo más que una hija para mí: era mi trabajo, mi vocación, el aire gastado y las ropas mojadas de lluvia. Yo era el único ser a quien aceptaba coger la manita, por eso me impresiona saber que es vez, cuando más pude ayudarla, se me negó toda maniobra.
Lunes, catorce de mayo, 1942. Fue imprecisa la información. No estaba levantada para fugarse; la vistieron y la amarraron deliberadamente, no sabemos para qué. tenía las manos enjugadas en flúor, como si el preparado bucal se hubiera volcado en ellas; que después de amarrarla, le hicieron lo que fuera que hicieron, es mentira... ya estaba dañada de antemano. La enfermera encargada no supo ni escuchó nada, porque dormía el único desfase de turnos que le permitía dormir de noche. La pobre muchacha, no sabemos cómo llegó a ser la única víctima, si son cuarenta niñas...
Amaneció... de repente no se sabe cómo parar las manos... una sola vez pude, pero enredé mi cabeza entre las piernas y apreté y apreté los dientes hasta que senti una astilla entre la lengua y el paladar... que bueno que nadie me vió... que bueno, que ni lo sintieron siquiera... porque o sino se hubieran encontrado un desorden que nadie puede retener; la niña apenas pudo siquiera proferir un quejido sordo, y no se movía ni un tanto. Fue impresionante, una nube roja encegueció mi semblante y terminé totalmente con ella... ni una mácula, perfectamente maniobrado...ya a las tres y media me escapaba por el tejado, con una gran bolsa con sus fotografías, el candelabro de plata y el pequeño relicario que me gustaba tanto en las niñas pequeñas... qué pena por la enfermera, la tuve que amarrar nada más para que esa mujer no supiera nada si se despertaba antes... para que pareciera algo menor, a lo más un robo con fuerza... por eso arranco desde donde estés, para que si me atrapan nadie encuentre vestigios de nuestro secreto, niña de catorce... me llevé tambien sus pantalones de color beige, con estrellas en los bolsillos traseros, esos que usaban todas al momento del paseo dominical... ya nada pesa, porque lo hice y nadie puede pararlo...
Ahora, de pronto, como si el cielo se volviera a abrir, los ojos de la niña vuelven a tener vida, casi por un momento pareció tragedia, fue hace tanto que ni creo que lo recuerden las enfermeras de entonces, ancianas hoy... la niña crecio y creció, cristalizó sus penas y volvió a vivir su vida. Nadie encontró culpables, porque además, la guerra civil destruyó lo poco y nada que podía servir. Pero no importa, quizá si le sucede a otra ahora sé se podrá hablar de todo... ya nada es mejor, a pesar de todo... para mí...
Barcelona, 1975